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El silencio del diálogo – Una reflexión
Como antiguo diplomático portugués, que siempre ha entendido la diplomacia como un servicio humilde al diálogo y a la paz, no puedo sino alegrarme ante la reciente noticia de un acuerdo largamente esperado en el sangriento conflicto de Oriente Medio, donde tantas vidas inocentes se han perdido. Sin embargo, mi experiencia me ha enseñado que el camino de la paz nunca es lineal, ni se forja únicamente en la mesa de negociaciones. Comienza en el momento silencioso entre palabras, en ese silencio que nos permite escucharnos de verdad.
El silencio, en este sentido, no es la ausencia de palabra, sino la presencia de atención. Es lo que precede al diálogo y lo sostiene. En el trabajo del KAICIID, hemos aprendido que el diálogo no es una herramienta para que los fuertes convenzan a los débiles, ni un escenario de verdades enfrentadas. Es una disciplina de humildad: una manera de pensar, razonar y decidir que contrasta en silencio con la polarización que domina gran parte de nuestra vida pública hoy.
Vivimos en un tiempo en el que las voces se alzan, pero pocas son realmente escuchadas. Cada opinión compite por espacio, y el ruido de la confrontación sustituye demasiado a menudo ese espacio tranquilo que permite el entendimiento. En este contexto, el silencio del diálogo puede parecer débil o ingenuo. Pero, en realidad, es un acto radical de valentía. Es en el silencio donde la empatía arraiga y la reconciliación se hace posible.
Las lecciones de mi pasado diplomático resuenan en la misión del KAICIID hoy: el diálogo no es una solución simple, sino una práctica prolongada de convivencia. No borra el conflicto, pero lo humaniza. Y quizá sea esto lo que el mundo más necesita ahora: no provocaciones más ruidosas ni disensos más agudos, sino una renovada capacidad para escuchar, hacer una pausa y sostener la tensión de nuestras diferencias sin permitir que destruyan nuestra humanidad compartida.
La paz comienza ahí: en el silencio del diálogo, donde el corazón se abre y la voz humana puede, finalmente, ser escuchada.
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