Pasar al contenido principal

Por qué la religión importa en la lucha de Europa contra el racismo

06 Agosto 2025

Por el EmbajadorAntónio de Almeida Ribeiro:  Secretario general en funciones - KAICIID

 

Una joven negra sube a un tranvía en una capital europea. Lleva hiyab y habla suavemente por teléfono en su lengua materna. Un hombre al otro lado del pasillo se burla y murmura en voz alta: “Vete a tu país”. Nadie interviene. Ella se baja dos paradas antes, con la voz entrecortada y su dignidad hecha pedazos.

No se trata de un hecho aislado: es una realidad cotidiana para demasiadas personas en la Europa actual.

Según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), casi el 50 % de las personas negras en Europa afirma haber sufrido discriminación en los últimos cinco años. El informe Ser negro en la UE documenta una exclusión sistémica: desde actuaciones policiales sesgadas hasta barreras en el acceso a la vivienda y al empleo. Las comunidades musulmanas también enfrentan tendencias inquietantes. En su estudio Ser musulmán en la UE, la FRA concluye que uno de cada tres musulmanes ha sufrido acoso por su identidad religiosa. Mientras tanto, los incidentes antisemitas se han disparado: el 80 % de las personas judías encuestadas considera que el antisemitismo es un problema grave en su país.

También los cristianos experimentan un aumento de la hostilidad en toda Europa. Según la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos (ODIHR) de la OSCE, solo en 2022 se notificaron más de 500 delitos de odio contra cristianos, que incluyen desde incendios y actos vandálicos contra lugares de culto hasta agresiones físicas y amenazas contra clérigos y creyentes. El informe Crímenes de odio en la región de la OSCE 2023 subraya la necesidad urgente de mejorar la sensibilización y el registro de estos hechos, muchos de los cuales pasan desapercibidos o son infradeclarados tanto por los Estados como por la sociedad civil. Esta marginación persistente de las comunidades religiosas —ya sea mediante la violencia, la exclusión política o el estigma cultural— revela un problema de fondo: la identidad religiosa sigue tratándose, con demasiada frecuencia, como un elemento secundario, o incluso sospechoso, dentro de la agenda europea por la igualdad.

Estas cifras no son solo estadísticas: reflejan la experiencia vivida de millones de personas a quienes, de forma explícita o implícita, se les dice que no pertenecen.

Y, sin embargo, frente a estas realidades tan duras, persiste una verdad silenciada: la religión —a menudo percibida como fuente de división— puede ser también una fuerza sanadora. Puede reconstruir sociedades fracturadas, despertar empatía y ofrecer un lenguaje moral para la justicia y la dignidad humanas. La religión, que durante mucho tiempo ha sido tratada como algo marginal para las políticas públicas, es en realidad la pieza que falta en la diplomacia del siglo XXI.

¿Por qué? Porque la cohesión social no se construye solo en los parlamentos. Se forja día a día en los barrios, en los lugares de culto, a las puertas de los colegios, con cada acto de bondad, cada ritual compartido y cada conversación sincera entre personas distintas. La religión importa porque conecta con los valores y las motivaciones más profundas de las personas. Tiene la capacidad de tender puentes cuando se aborda no como doctrina, sino como diálogo.

Desde esta perspectiva, el diálogo interreligioso no es un ideal lejano, sino una práctica concreta y necesaria. Requiere humildad, constancia y curiosidad. No es fácil, pero sí esencial. Se trata de escuchar a quienes cuestionan nuestras suposiciones, y descubrir en el otro no una amenaza, sino un reflejo.

Este fue el espíritu que animó la mesa redonda organizada por el KAICIID y la Comunidad Internacional Bahá’í bajo el título “Por qué la religión importa: hacia una estrategia europea contra el racismo”, celebrada en Bruselas el 12 de noviembre de 2024. Lejos de ser otro encuentro institucional más, el evento abrió un espacio para conversaciones honestas —a menudo incómodas— entre responsables políticos, líderes religiosos y representantes de la sociedad civil.

Los participantes reflexionaron sobre cómo el diálogo interreligioso puede contribuir de forma significativa al desarrollo del próximo Plan de Acción Europeo contra el Racismo. Se habló de las comunidades religiosas como objetivos de discriminación, pero también como agentes de cambio, reconociendo el papel ambivalente de la religión, así como su inmenso —y a menudo desaprovechado— potencial para la solidaridad. De forma crucial, se abogó por un enfoque que no sea meramente inclusivo sobre el papel, sino verdaderamente transformador en la práctica.

La mesa redonda de Bruselas reflejó un consenso creciente: los actores religiosos y confesionales, junto con la sociedad civil, deben ser aliados clave en la lucha contra el racismo en Europa. Son grupos que gozan de la confianza de sus comunidades. Trabajan en los márgenes. Comprenden el terreno emocional de la exclusión. Sus aportaciones son imprescindibles.

Este mensaje también estuvo presente en la reunión de expertos organizada por el KAICIID en Roma en abril de 2025, que reunió a líderes religiosos, académicos y responsables políticos para explorar la relación entre justicia climática, cohesión social y cooperación interreligiosa. Aunque centrados en temáticas distintas, ambos eventos apuntaron a una misma verdad: las soluciones sostenibles requieren diálogos multiactor fundamentados en valores, no solo en intereses.

Con la vista puesta en el VI Foro Europeo de Diálogo sobre Políticas (EPDF), que tendrá lugar en noviembre en Ginebra, estas conversaciones siguen ganando impulso. Las alianzas del KAICIID con iniciativas como el Consejo de Liderazgo Musulmán-Judío (MJLC) y el European Muslim Leaders Majlis (EuLeMa) refuerzan su compromiso a largo plazo con la inclusión, el diálogo y la construcción de confianza más allá de las divisiones.

Mientras Europa se esfuerza por traducir sus aspiraciones antirracistas en acciones concretas, el camino a seguir debe combinar políticas desde arriba con iniciativas desde abajo. Las instituciones europeas deben crear marcos propicios, pero la verdadera transformación sucederá a nivel local: cuando los municipios apuesten por la alfabetización religiosa, cuando las escuelas enseñen empatía y cuando los líderes religiosos hablen no solo a sus fieles, sino entre sí.

Una Europa más cohesionada, justa e inclusiva está a nuestro alcance, pero solo si somos lo bastante valientes para imaginar una nueva forma de acción pública: una que incorpore una dimensión espiritual a los compromisos seculares con la equidad, la solidaridad y los derechos humanos.

La religión, cuando se expresa con humildad y en clave de diálogo, no es una barrera. Es un puente.