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75 años del Convenio Europeo de Derechos Humanos: mantener vivos los derechos humanos a través del diálogo
Imaginemos una Europa sin el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Sin un Tribunal en Estrasburgo que actúe entre los individuos y los Estados. Sin una ley que denuncie los abusos, la detención arbitraria o la violación de la dignidad. Sin un escudo que proteja los frágiles lazos que mantienen unidas a las comunidades.
Hace setenta y cinco años, tras la sombra de la guerra, Europa eligió un camino diferente. Un camino construido no solo sobre el derecho, sino sobre el diálogo. Sobre la escucha. Sobre el valor de sentarse juntos a pesar de las divisiones y preguntarse: ¿cómo podemos convivir sin destruirnos los unos a los otros? De esa conversación nació el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Fue una promesa viva de que cada vida importa, de que cada voz cuenta.
En el KAICIID, siempre hemos considerado el diálogo como el motor de la paz. Fue el diálogo el que dio forma al Convenio. Y es el diálogo el que garantiza su vigencia en cada calle, en cada aula, en cada tribunal y en cada hogar. Porque los derechos son más que palabras sobre el papel: son la columna vertebral de nuestra convivencia. Permiten que las personas caminen con seguridad hasta la escuela. Permiten que las comunidades debatan sin miedo. Permiten que el amor florezca más allá de las fronteras. Permiten que la ciencia y el arte prosperen. Sin ellos, la confianza se resquebraja y las sociedades se desmoronan.
Cada vez que un padre enseña a su hijo que la violencia nunca es la respuesta, cada vez que una persona da un paso adelante para defender el derecho de un vecino, cada vez que un periodista denuncia una injusticia, esos actos son prueba de que el Convenio está vivo y en funcionamiento en el mundo.
Hoy, la promesa del Convenio se ve sometida a tensión. En toda Europa vemos cómo se pone a prueba de formas que sus fundadores no podrían haber imaginado. Las minorías religiosas sufren discriminación en el empleo y en los espacios públicos. A los refugiados y migrantes se les niega la dignidad básica en las fronteras. Las campañas de desinformación erosionan la confianza en las instituciones creadas para proteger los derechos. Al mismo tiempo, la exclusión de comunidades vulnerables de los procesos de toma de decisiones socava el principio de que cada voz cuenta. No se trata de amenazas abstractas: son realidades vividas que fracturan el tejido social que el Convenio fue diseñado para proteger.
Setenta y cinco años después, nuestra tarea sigue siendo la misma que en 1950. Debemos escuchar, defender y actuar. Debemos llevar el Convenio desde las páginas de los tratados hasta la vida de cada persona. Porque es en esas vidas donde la ley se hace tangible. En esas vidas donde la paz se vuelve posible. Esto resulta especialmente esencial en la Europa multicultural y multirreligiosa de hoy, porque no solo pertenecemos al lugar en el que vivimos: también nos pertenecemos los unos a los otros. Cultivar ese sentido de pertenencia es fundamental.
Ahí es donde el trabajo del KAICIID se vuelve esencial. A través de nuestro Foro Europeo de Diálogo sobre Políticas (EPDF, por sus siglas en inglés) y de nuestros programas en toda Europa, reunimos a líderes religiosos, responsables políticos y representantes de la sociedad civil en un diálogo que traduce los principios que resuenan entre las tradiciones religiosas y los compromisos con los derechos humanos en experiencias reales. El diálogo no sustituye los mecanismos jurídicos; los refuerza, al construir la confianza y el entendimiento necesarios para que los principios compartidos —arraigados en la dignidad y en el cuidado del planeta— puedan seguir transformando el pacto social sobre el que se asientan nuestras comunidades.
Esto ocurre cuando el Consejo de Liderazgo Musulmán-Judío (MJLC, por sus siglas en inglés) se une contra el antisemitismo y el odio hacia los musulmanes; cuando los programas de integración ofrecen a los refugiados y migrantes un sentido de pertenencia —la certeza de que aportan valor y de que son valorados por las comunidades que los acogen—, y cuando las redes de ciudades colaboran en modelos de gobernanza participativa basados en los valores de equidad, justicia social y justicia climática.
El Convenio Europeo de Derechos Humanos no es una reliquia. Es una promesa viva y palpitante. Y el diálogo —nuestro compromiso compartido de hablar, escuchar y comprendernos mutuamente— es su columna vertebral.
En un mundo a menudo definido por crecientes divisiones y recelos entre religiones, los jóvenes están dando…
